la influencia de la pandemia en las mentes


La pandemia de Covid-19 ha cambiado el mundo. Mejor dicho: nos ha cambiado a nosotros, uno por uno, y como sociedad.

Por un lado, en función de cómo haya sido nuestra experiencia particular, ya que para algunos ha sido más devastadora que para otros porque, además del confinamiento y las medidas restrictivas, han tenido que lidiar con la muerte de familiares, destrucción de empleos y negocios, o incluso han vivido la experiencia de la enfermedad. Pero aún y cuando no hayamos tenido que añadir algún evento traumático a la ya de por si complicada situación, todos hemos visto alterado nuestro modo de vivir cotidiano.

Nadie sale de una vivencia tan particular siendo el mismo. De momento, hemos tenido que lidiar con la transformación de lo que muchos psicólogos y corrientes filosóficas entienden como básico en nuestra existencia: los hábitos.

 

¿Por qué la importancia de los hábitos?

Desde que suena la alarma hasta que volvemos a poner el móvil sobre la mesilla de noche, hay conductas que tenemos integradas y que nos facilitan la vida doméstica, laboral y de ocio. Estos hábitos crean una rutina en nuestro organismo y en nuestra mente que se traduce en seguridad. Es algo parecido a lo que les pasa a los niños cuando son pequeños y todos los pediatras lo expresan: crear una rutina diaria les proporciona la seguridad necesaria para alcanzar con solvencia los increíbles avances que se logran en esta etapa. No estamos hablando de rigidez (la flexibilidad es básica en el proceso evolutivo), estamos refiriéndonos a esas pequeñas costumbres que dan estabilidad y anclaje a nuestro devenir cotidiano. De hecho, la influencia de los hábitos no es solo mental, es también física. Nuestro cuerpo está acostumbrado a andar X kilómetros, a recibir la luz del sol a diario, a conversar con determinadas personas.

Respecto al ocio, por ejemplo, la actividad física –salir a correr, ir al gimnasio, quedar con los amigos a jugar un partido–, tocar un instrumento o incluso la lectura son también conductas habituales que están profundamente incorporadas en nosotros. Y le dan tanto sentido a nuestro día a día que, si nos las arrancan de cuajo, nos dejan un poco desprotegidos.

Y de entre estos hábitos, hay uno que destaca fundamentalmente y que se ha visto totalmente alterado, y no sabemos si para siempre:

El contacto físico

El contacto físico es algo esencial, incluso aunque algunas personas digan que no lo echan de menos o quieran minimizar su importancia. La piel es, literalmente hablando, una extensión del sistema nervioso. Por eso, las percepciones táctiles se traducen casi automáticamente en estados fisiológicos del cerebro. No es casualidad que sea el sentido que tenemos más desarrollado al nacer. Hay numerosos testimonios que acreditan esta necesidad, A mediados del s. XIX miles y miles de bebés morían en los hospicios de todo el mundo a causa de una enfermedad que se denominó El Marasmo. Bebés aparentemente sanos, entraban en un estado de depresión, dejaban de mantener contacto visual, de alimentarse, de comunicar, hasta que «la enfermedad» los llevaba inevitablemente a la muerte.

El Dr. Fritz Talbot, un pediatra de Boston comenzó a estudiar los misterios del marasmo. Visitó muchos orfanatos y clínicas infantiles en diferentes países. En todos, la mortalidad estaba en los mismos niveles, en todos salvo con la excepción de un lugar: un hospicio en Dusseldorf. Allí se percató de que la tasa de mortalidad era sensiblemente más baja pese a que los pequeños recibían más o menos la misma atención que los niños hospitalizados en Estados Unidos.

Tras un período de observación en el que comprobó que las condiciones eran más o menos similares, se dio cuenta de que la diferencia la marcaba una anciana regordeta que cargaba un bebé enfermizo a la cadera. Talbot preguntó al director médico quién era esta mujer. «oh, esa es la vieja Anna. Cuando hemos hecho todo lo que hemos podido desde el punto de vista médico por un niño, y aún no está bien, se lo entregamos a la vieja Anna. Ella siempre tiene éxito.» Los niños que Ana cargaba sobrevivían.

 

Los estudios de Spitz demostraron que, por mucho que los niños institucionalizados tuvieran cubiertas las necesidades de alimentación, había otras necesidades igual de importantes que, al ser descuidadas o no cubiertas, se trasformaban en un obstáculo para su desarrollo. Se descubrió que, para prosperar, el niño necesitaba que lo tomasen en brazos, lo pasearan, lo acariciaran, abrazaran y arrullaran, incluso aunque no se le amamantase. Son el contacto, los abrazos, las caricias, las experiencias tranquilizadoras básicas que el lactante debe disfrutar para sobrevivir de forma saludable. La privación sensorial extrema en otros aspectos, como la luz y el sonido, pueden sobrellevarse, siempre y cuando se mantengan las experiencias sensoriales cutáneas.

Esta importancia del contacto físico en los primeros meses de vida no desaparece con la edad. Existen estudios similares donde queda patente como afecta la falta de contacto físico en algunas residencias y asilos. Los ancianos, como los niños, más ligados a lo esencial de la vida, dan fe de la importancia de este sentido en nuestro bienestar, pero lo cierto es que, en todas las etapas de nuestro periplo vital, tocarnos nos hace un bien esencial en nuestra salud física.

De hecho, uno de los problemas que agravaron la pandemia en los hospitales fue el aislamiento. Millones de personas han fallecido en distintos puntos del planeta y otras han batallado contra el virus sin poder sentir el calor de una mano amiga. Y esto es algo que nos hiela la sangre cuando lo pensamos.

 

La incertidumbre dispara el miedo

Otro de los efectos de la ausencia de hábitos y de la restricción de algunas libertades que hemos sufrido, es aceptar la incertidumbre que lleva aparejada ¿Qué va a pasar? ¿hacia dónde estamos yendo?

En este proceso que estamos viviendo, el desconocimiento y la pérdida de la sensación de control pueden conducir a un aumento de la ansiedad, el pánico y la depresión. A su vez, todo ello puede allanar el camino para los trastornos del sueño y la alimentación.

Las largas semanas de aislamiento social debido a la pandemia de coronavirus han sembrado la incertidumbre sobre el futuro y han dejado a muchas personas ansiosas, lo que podría alimentar problemas a largo plazo.

La postura ideal para combatir esta sensación de inseguridad es recordarnos que esto también pasará y estimular con nuestras propias herramientas sentimientos que nos tranquilicen.
La pandemia puede ser un buen momento para empezar con ejercicios de respiración, relajación, hablar con personas que nos generen bienestar, ver y leer historias positivas y de superación, aprender algo nuevo, pensar con esperanza en el futuro y asirnos a la idea de que sólo existe el momento presente. No es necesario ser amenazados con la idea de una pandemia para tomar consciencia de que la vida puede terminar en cualquier momento, y que nuestra meta principal sería disfrutar de cada momento.

Hasta de un hecho traumático se puede sacar una lectura positiva y en este caso, sería aumentar nuestra resiliencia y cultivar nuestro interior y nuestra relación con la vida. Hay personas que se verán afectadas negativamente, pero si decides afrontarlo con conciencia, puedes transformar esa negatividad en combustible para tu evolución.

 

Los trastornos obsesivos: la hipocondría

Mención especial tras la experiencia de la pandemia ha de hacerse a las personas que tenían ya una inclinación o tendencia a la hipocondría. Suele nombrarse así a aquellas personas aquejadas de un pánico irracional a enfermar. Tras verse expuestas a una amenaza tan directa, estas personas verán incrementar sus obsesiones relativas a la enfermedad. O, bien al contrario, será una estupenda oportunidad para enfrentarse a su trastorno porque finalmente, la enfermedad y la muerte es el destino de todas las personas que habitan el planeta. Por tanto, la aceptación de la enfermedad como un proceso que forma parte de la vida, lleva a la transformación personal y la liberación. Es verdad que de un modo extremo pero cualquier miedo es desarmado cuando le combatimos con la poderosa herramienta de la aceptación.

La aceptación es un proceso de tolerancia y de adaptación (no de lucha) y, es verdad, que no es fácil. Conlleva enfrentarnos a miedos profundamente arraigados y transitar por lugares oscuros de nuestro bagaje personal. Pero si no es este momento ¿Cuál otro elegirías para enfrentarte a tus demonios interiores? Esta es una lucha de la que te aseguramos saldrás victorioso. No significa que sea fácil y que no pases por momentos dolorosos. Pero el resultado será que tus miedos dejarán de manejarte. Todo aquello que aceptas se transforma pudiendo llegar a ser el motor de tu crecimiento personal.

 

La resiliencia: date tiempo y sé paciente con tus tropiezos

Después de la mención de las variables que se han movido en nuestro interior tras la experiencia que hemos vivido, y recordando que aún nos quedan muchas otras que tocaremos en próximos artículos, no podemos cerrar esta entrega sin recordarte que, ante cualquier dificultad, debes ser amoroso contigo y procurarte tiempo, paciencia y no ser demasiado exigente contigo. Todos los psicólogos lo expresan, la superación supone empezar por permitirse los tropiezos y cultivar la capacidad de la resiliencia.

El significado de resiliencia, según la definición de la Real Academia Española de la Lengua  (RAE) es la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. Desde la perspectiva psicológica aún podemos añadir algo más al concepto de resiliencia: no sólo gracias a ella somos capaces de afrontar las crisis o situaciones potencialmente traumáticas , sino que también podemos salir fortalecidos de ellas.

La resiliencia implica la búsqueda de nuevos recursos. De esta manera, las personas resilientes no solo son capaces de sobreponerse a las adversidades que les ha tocado vivir, sino que van un paso más allá y utilizan esas situaciones para crecer y desarrollar al máximo su potencial.

Cualquier crisis es también una oportunidad de crecimiento. La diferencia la marcará el cómo te enfrentes a la experiencia que estas viviendo. Siempre puedes elegir: la vida lleva aparejadas situaciones de dificultad, pero si pones empeño en ello, pueden ser una estupenda oportunidad para conocerte y empoderarte.

Utiliza cada crisis de tu vida, personal o colectiva, como combustible para tu crecimiento.