La unión hace la fuerza


La competencia entre las mujeres

A punto de celebrar el 8 M, el día de la mujer, que inicialmente fue el día de la mujer trabajadora porque la ‘no dependencia’ es la base de la libertad, nacen algunas preguntas.

¿Es únicamente el patriarcado el que ha ninguneado a las mujeres? ¿Son los hombres quiénes nos relegaron a un segundo plano? Y la respuesta es clara: ‘no, al menos no únicamente’.

Dice una de las máximas más famosas, antiguas y que más verdad encierran, de ahí que haya transcendido el tiempo y el lugar: ‘Divide y vencerás’. La frase, atribuida al emperador romano Julio César, Divide et impera, resume la estrategia con la que los gobernantes de nuestra nación y quienes aspiran a serlo nos dirigen y alientan. El plan consiste en indisponernos a los unos contra los otros. Y si lo logras, no habrá ya un enemigo que vencer, sólo gente triste y solitaria, sin nadie en quien confiar.

Y algo así pasó con las mujeres: nos enseñaron a competir y pelear entre nosotras y caímos en la trampa rompiendo la más sagrada y poderosa de nuestras capacidades: la capacidad de unir. Y si se trata de energía femenina, constructiva y creadora de vida, esa unión es la base de la creación de un nuevo mundo. Y esta es la base de cualquier círculo de mujeres: somos hermanas, nunca enemigas.

Fui consciente de esa competencia al llegar a la adolescencia. Me acuerdo todavía del nombre de la guapa de la clase: Lorena Gómez. Era rubia, cara angelical, un poco más desarrollada que el resto y, por lo demás, una adolescente frágil y perdida, en una ambiente hostil (eran clases solo de chicos hasta que entramos nosotras en el segundo ciclo), y requeté-enamorada del guapo de turno. Poco tardo Lorena en ser cuestionada y escuchar el típico apelativo que nos ponían siempre a las mujeres. En mi época todavía se estilaba mucho llamarnos ‘putas’. En realidad, siempre eran chicos que no podían conseguir a la chica que le gustaba los que empezaban a insultarnos de esta forma (a mi también me tocó). Pero lo triste era que el resto de chicas, no nos relevábamos ante esta injusticia porque éramos las primeras que temíamos la belleza de las demás. La comparación era constante: si te salía el pecho, veías como era el de las demás: la cara, las piernas, el culo… todas convertidas en maniquíes cuyo valor estaba en nuestro físico. Aún hoy me lo parece cuando en la portada de las revistas dirigidas a mujeres aparecen modelos de enormes piernas y cuerpos irreales  dándonos idea de cual debe ser el canon para seguir. O los artículos de los periódicos (incluso serios) donde se habla de la indumentaria de las primeras damas (duelo de divas) y de los acuerdos y entendimiento entre los hombres. En el camino, la inteligencia, el empoderamiento, la libre opinión, el talento, la valía, los verdaderos dones (me niego a creer que la belleza sea un don), pasan a un segundo plano, como si nada de eso, fuera de verdad lo que nos define como personas.

 

La primera vez que me sorprendí a mi misma alabando lo guapa que era otra mujer, sin pizca de comparación, ni buscandole los defectos (un poco baja, un poco alta, tiene el culo así…) me di cuenta que se abría ante mí un mundo de posibilidades: el resto de mujeres no eran mi competencia, eran mis amigas, mis hermanas, mis compañeras porque si las mujeres nos proponemos colaborar y construir, somos una fuerza imparable. Somos creadoras y dadoras de vida. Tenemos un poder creativo directamente ligado a la divinidad y a la fuente, tal y como nuestro útero. Somos hermosas en nuestra manera de hacer y sentir. Da igual si somos gordas, delgadas, guapas, bajas, ojos grandes, pequeños, rasgados… lo que nos hace impresionantemente valiosas es nuestra capacidad de dar y preservar la vida. Me niego a competir con otras mujeres. Me niego también a competir con los hombres. Sólo me interesa formar equipo. No soy buena en todo, ni quiero serlo. Quiero unir mis dones a los dones de mis hermanas y crear un nuevo mundo. Y esa es la base de los ‘circulos de mujeres’. Han sido generaciones sufriendo por el mero hecho de ser mujeres. Desde la época de los ‘sabios’ griegos donde la vida de una mujer valía literalmente la mitad que la de un hombre, hasta ser encerradas, humilladas, prostituidas, violadas, quemadas, separadas de nuestros hijos, criticadas por estar embarazadas fuera del matrimonio.

Niegate a criticar a una mujer por su físico, su vestimenta o sus relaciones con los hombres. Todo pertenece única y exclusivamente a su parcela privada. Si tienes algo negativo que decir de una mujer que sea que no es compañera. Eso es lo único que debería molestarnos entre nosotras, y unicámente, para cambiarlo.

Si he empezado este post con el famoso axioma: ‘divide y vencerás’, lo termino con su opuesto, aquel que hará que renazcamos de un nuevo mundo más justo y equilibrado: ‘la unión hace la fuerza’.